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La vejez en soledad, así vive un número histórico de estadounidenses

Gerri Norington, de 78 años, nunca quiso estar sola al envejecer.

Pero su primer matrimonio acabó en divorcio y su segundo marido murió hace más de 30 años. Cuando una relación de cinco años llegó a su fin en 2006, se encontró sola, y así sigue desde entonces.

“Echo de menos tener un compañero con el que poder hablar y preguntarle ‘¿Qué tal el día?’ o ‘¿Qué opinas de lo que pasa en el mundo?’”, dijo Norington, que vive en un edificio de apartamentos para mayores en el South Side de Chicago. Aunque tiene una hija que la adora en la ciudad, “no quiero ser una carga para ella”, agregó.

Norington forma parte de un grupo numeroso, pero a menudo ignorado: los más de 16 millones de estadounidenses que viven solos mientras envejecen. Sorprendentemente, se sabe muy poco sobre sus experiencias.

Este grupo de la población de edad avanzada tiene importantes problemas de salud. Casi 4 de cada 10 personas mayores que viven solas sufren pérdida de visión o audición, dificultades para cuidar de sí mismos y vivir de forma independiente, problemas de cognición u otras discapacidades, según un análisis de KFF de los datos del censo de 2022.

Si no se tiene ayuda en casa cuando se necesita —un problema demasiado frecuente—, estar solo puede agravar estas dificultades y contribuir para empeorar la salud.

Los estudios revelan que las personas mayores que viven solas corren un mayor riesgo de aislamiento, depresión e inactividad, de sufrir accidentes y de no prestar atención a su cuidado personal. Como consecuencia, suelen ser hospitalizados con más frecuencia y mueren de manera prematura.

Conseguir servicios médicos puede ser un problema, sobre todo si los adultos mayores viven solos en zonas rurales o no conducen. Expertos observan que, con demasiada frecuencia, los profesionales de salud no les preguntan a sus pacientes mayores por su situación y desconocen los problemas a los que se enfrentan.

En los últimos seis meses, he hablado con docenas de personas mayores que viven solas por decisión propia o por las circunstancias, en la mayoría de los casos, la muerte del cónyuge. Algunos tienen hijos adultos u otros parientes cercanos que participan en sus vidas; muchos no.

En largas conversaciones, los mayores expresaron varias preocupaciones comunes: ¿Cómo he podido quedarme solo a esta altura de la vida? ¿Estoy bien así? ¿A quién puedo pedir ayuda? ¿Quién puede tomar decisiones en mi nombre si yo no puedo? ¿Durante cuánto tiempo podré cuidar de mí mismo y qué pasará cuando ya no pueda?

Esta “revolución gris” en las condiciones de vida de los estadounidenses es resultado de la mayor longevidad, el aumento de las tasas de divorcio y la falta de hijos, las familias más pequeñas, la dispersión geográfica de los miembros de la familia, el énfasis en envejecer en casa y la preferencia por lo que Eric Klinenberg, profesor de sociología de la Universidad de Nueva York, denomina “intimidad a distancia”: estar cerca de la familia, pero no demasiado.

Los datos más fiables y actualizados sobre las personas mayores que viven solas son de la Oficina del Censo de Estados Unidos. Según su Encuesta de Población Actual de 2023, alrededor del 28% de las personas mayores de 65 años viven solas, lo que incluye cerca de 6 millones de hombres y algo más de 10 millones de mujeres. (La cifra no incluye a los adultos mayores que viven en instituciones, principalmente residencias de vida asistida).

En cambio, 1 de cada 10 estadounidenses mayores vivía solo en 1950.

Se trata, ante todo, de un problema de las mujeres mayores, porque viven más que los hombres y tienen menos probabilidades de volver a casarse luego de enviudar o divorciarse. El 27% de las mujeres de 65 a 74 años viven solas, frente al 21% de los hombres. A partir de los 75 años, un sorprendente 43% de las mujeres viven solas, frente a sólo el 24% de los hombres.

La mayoría —el 80%— de las personas que viven solas después de los 65 son divorciadas o viudas, el doble que la población general, según el análisis de KFF de los datos del censo de 2022. Más del 20% tiene ingresos inferiores a $13,590, el umbral federal de pobreza en 2022, mientras que el 27% gana entre esa cantidad y $27,180 que es el doble del nivel de pobreza.

Por supuesto, sus experiencias varían considerablemente. La situación de las personas mayores que viven solas depende de su situación económica, su vivienda, sus redes de amistades y familiares, y los recursos de las comunidades en las que viven.

Las actitudes pueden marcar la diferencia. Muchos mayores disfrutan siendo independientes, mientras que otros se sienten abandonados. Es habitual que la soledad vaya y venga, incluso entre personas que tienen amigos y familiares que se preocupan por ellas.

“Me gusta más estar sola que en pareja”, dijo Janice Chávez, de Denver, que tiene más de 70 años. “No tengo que pedirle nada a nadie. Si quiero dormir hasta tarde, duermo hasta tarde. Si quiero quedarme despierta viendo la tele, puedo. Hago lo que me da la gana. Me encanta la independencia y la libertad”.

Chávez se ha divorciado dos veces y vive sola desde 1985. De niña quería casarse y tener muchos hijos, pero “elegí a imbéciles”, comentó. Habla con su hija, Tracy, todos los días, y está muy unida a varios vecinos. Vive en la casa en la que creció, heredada de su madre en 1991. Su único hermano falleció hace 12 años.

En Chicago, Norington duda entre quedarse a vivir en su edificio para personas mayores o mudarse a las afueras, después que vandalizaran su auto varias veces este año. “Desde la pandemia, el miedo me ha impedido salir tanto como me gustaría”, explicó.

Es una persona con iniciativa y que se ha implicado a fondo en su comunidad. En 2016, Norington puso en marcha una organización para personas mayores negras y solteras en Chicago que patrocinó eventos de citas rápidas y reuniones sociales mensuales durante varios años. Trabajó como voluntaria en un centro médico local en actividades de divulgación para personas mayores, y clases de salud y bienestar a su edificio. Organizó cruceros para amigos y conocidos al Caribe y Hawaii en 2022 y 2023.

Ahora, cada mañana, envía un mensaje de texto espiritual a 40 personas, que a menudo responden con mensajes propios. “Me ayuda a sentirme menos sola, a tener una sensación de inclusión”, afirmó.

A senior man wearing glasses, a black beret, and a black sweater sits at a table, a cup of black coffee is in front of him
Lester Shane vive solo en un estudio de 11 por 14 metros en Nueva York. Shane dijo que “hay días en los que estoy subiendo las bolsas de las compras por tres tramos de escaleras y pienso: ‘Esto es muy duro’”.(Judith Graham for KFF Health News)

En Maine, Ken Elliott, de 77 años, profesor universitario de psicología jubilado, vive solo en una casa de Mount Vernon, un pueblo de 1,700 habitantes a 20 millas al noroeste de la capital del estado. Nunca se casó y no tiene hijos. Su único pariente vivo es un hermano de 80 años que vive en California.

Durante varios años, Elliott ha intentado dar a conocer la problemática de los mayores que viven solos entre los responsables políticos y las organizaciones de mayores de Maine. Todo empezó cuando Elliott comenzó a interesarse por los recursos disponibles para las personas mayores que viven solas, como él. ¿Cómo iban a sus citas médicas? ¿Quién los ayudaba cuando volvían del hospital y necesitaban ayuda? ¿Y si necesitaban ayuda extra en casa pero no podían permitírsela?

Para sorpresa de Elliott, descubrió que este grupo no estaba en el radar de nadie, y empezó a abogar en su nombre.

Ahora, intenta formar un equipo de personas que puedan ayudarle a envejecer en casa y aspira a crear un sentimiento de comunidad más fuerte. “Envejecer sin un mítico sistema de apoyo familiar —que todo el mundo da por sentado que la gente tiene— es duro para todos”, aseguró Elliott.

En Manhattan, Lester Shane, de 72 años, que nunca se casó ni tuvo hijos, vive solo en un estudio de 11 por 14 pies, en la tercera planta de un edificio sin ascensor. No ganó mucho dinero durante una larga carrera como actor, escritor y director teatral, y no está seguro de cómo llegará a fin de mes cuando deje de dar clases en la Universidad Pace.

Dijo que “hay días en los que estoy subiendo las bolsas de las compras por tres tramos de escaleras y pienso: ‘Esto es muy duro’”. Aunque su salud es bastante buena, sabe que eso no durará para siempre.

“Estoy en todas las listas de viviendas para mayores, y en todas las loterías. La mayoría de las personas con las que he hablado me han dicho que probablemente moriré antes de que salga mi número”, contó con ironía.

Luego, Shane se puso serio. “Soy cada vez más mayor, y los problemas que tengo ahora sólo van a empeorar”, afirmó. Como les ocurre a muchas personas mayores que viven solas, sus amigos también están envejeciendo y tienen sus propias dificultades.

La perspectiva de no tener a nadie que conozca bien a quien recurrir es alarmante, admitió Shane: “Eso te llena de miedo”.

Kate Shulamit Fagan, de 80 años, vive sola desde 1979, tras dos divorcios. “Nunca fue mi intención vivir sola”, dijo durante una larga conversación telefónica. “Esperaba conocer a alguien, empezar otra relación y, de algún modo, seguir adelante por el resto de mi vida. Ha sido muy duro renunciar a esa expectativa”.

La primera vez que hablé con Fagan, a mediados de marzo, tenía dificultades en Philadelphia, adonde se había mudado dos años antes para estar cerca de uno de sus hijos. “Últimamente me he sentido muy sola”, dijo, describiendo lo difícil que era adaptarse a una nueva vida en un nuevo lugar. Aunque su hijo estaba atento, Fagan echaba desesperadamente de menos el estrecho círculo de amigos que había dejado atrás en St. Petersburg, Florida, donde había vivido y trabajado durante 30 años.

Cuatro meses y medio más tarde, cuando volví a llamar a Fagan, había regresado a St. Petersburg y alquilaba un apartamento de una habitación en un edificio para personas mayores en el centro de la ciudad. Había celebrado allí su cumpleaños con 10 amigos íntimos y estaba conociendo a gente en su edificio. “No estoy completamente instalada, pero me siento fabulosa”, me dijo.

¿A qué se debe este cambio? “Aquí sé que si quiero salir o necesito ayuda, puedo contar con un grupo de personas”, explicó Fagan. “El miedo ha desaparecido”.

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